Y tu ¿Disfrutas lo que haces?

Estoy sentado en un café, aprovechándome del internet gratuito, y no encuentro la manera de iniciar otro relato para la categoría de “Viajes”, y es entonces cuando veo a un hombre de edad media sentado en la mesa frente a mí. Viste con ropa de negocios casual, con pantalón gris, gris como algunas secciones de su cabello y barba, una camisa de botones a cuadros azules, sin fajar, claro, para mantener lo casual de su vestimenta. Noté una bolsa de piel negra junto a la mesa. El tipo de bolsa que imaginarias al escuchar la palabra “profesor” o “maestro”. Exacto, justamente esa que acabas de imaginar ahora. Solo puedo suponer que esta persona es un profesor, no solo por la bolsa de piel negra, y la Universidad Estatal de San Marcos situada literalmente al otro lado de la avenida, sino también por la montaña de papeles que hay frente a él en la mesa.  Los observa por un momento, con una mirada de decepción, más no de enojo, como la mirada que alguien le daría a su mascota que hizo sus necesidades dentro de la casa después de mucho tiempo de no hacerlo. Mira fijamente  cada papel de manera individual por cerca de un minuto, después le hace algún garabato, o le tira un plumazo rojo de manera muy desmotivada, y continua mirándolo por otro minuto a través de sus lentes para leer.

Accidentalmente cae uno de los papeles al suelo. El Profesor toma un descanso y respira profundamente. La hoja blanca cayendo entra a mi campo de visión periférica, y después mis ojos se encuentran con el rostro desinteresado y aburrido del medio día de un miércoles del Profesor. No parece ser feliz. Quizá estoy juzgando muy pronto, este podría ser el carácter diario del Profesor.

Se desocupa una mesa junto a la ventana. El Profesor inmediatamente lanza la montaña de papeles desde su mesa a la que apenas se desocupó. Avienta los exámenes, o tesis, como si la mesa que está a un metro de el fuera a ser ocupada de manera repentina por alguien en este café semivacío. De manera predecible, los papeles se esparcen sobre la mesa cuando aterrizan. No parece ser feliz. Pero, ¿lo es? No le voy a preguntar, quizá tuvo una mañana difícil… durante los últimos años.

Ya sea que el Profesor este triste o secretamente sea la persona más feliz del mundo, nunca lo sabré, pero este pensamiento me hizo visitar un viejo cliché que todos escuchamos mientras crecemos en anticipación de nuestras futuras carreras: “Dedícate a algo que te haga feliz”. Reflexiono en torno a esto, mientras que mi vaso de latte de vainilla está casi vacío, y, como he respondido antes, asiento con la cabeza como diciendo: “Si, me dedico a algo que me hace feliz”.

Aunque la actitud juega una parte tremendamente importante en la manera en que percibimos lo que hacemos, ya sea un trabajo de en sueño o un trabajo temporal, este viejo cliché es cierto. Uno debería buscar dedicarse a hacer lo que disfruta, algo que les apasione, y utilizar eso como el factor primario a la hora de elegir su futuro. Soy afortunado de tener una carrera como Enfermero Licenciado que me permite no solo traerle felicidad a otros, al contribuir en restaurar su salud, pero al mismo tiempo, me trae felicidad a mí, me hace sentir realizado, me apasiona. Tengo el privilegio de cuidar a los enfermos agudos en un entorno de hospital así como también educar a aquellos con condiciones médicas crónicas en un entorno de clase.

El Profesor se toma un descanso de sus papeles, moviendo su rodilla de arriba abajo, de manera impaciente y volteando en toda dirección, excepto a las calificaciones perfectas, las reprobatorias, y todo lo que hay en medio, que yacen sobre su mesa. Cada trabajo de en sueño seguro tendrá tareas que son menos deseadas, como calificar exámenes y tesis. Como enfermero, no ansío tener que documentar en el expediente de cada paciente cada uno de los minuciosos detalles del cuidado brindado y, mientras lo hago, no llevo la sonrisa más estrecha pintada sobre mi rostro, pero es algo que debe hacerse, parte del trabajo. Seguro que después de esta sesión de café, el Profesor ira a su clase y, una vez que los alumnos con calificaciones reprobatorias terminen de preguntar “pero, ¿porque?”, empezara con la parte de su carrera que disfruta más y le apasiona: Impartir enseñanza.

Me doy cuenta que mi vaso ahora está vacío, el Profesor suspira una vez más, esta vez es un suspiro de éxito ya que parece haber terminado de calificar los exámenes, los reacomoda nuevamente en un solo grupo y los guarda en su bolsa de piel negra. Revisa la hora en su teléfono y se retira con su bolsa. Mientras pasa junto a mí, me dice: “No estoy triste, amo mi trabajo”.

Bueno, quizá improvisé esa última parte, pero es lo que elijo creer, con la esperanza de que el Profesor, yo, y todos elijamos hacer lo que nos hace feliz.

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