Bahia de los Angeles: Los mejores chilaquiles

Septiembre 10, 2014 – (499 mxn)

Bahia de los Angeles

Existen pueblos pequeños y acogedores, también hay grandes ciudades que parecen laberintos, cada una tiene cierta característica intangible. Una atmósfera que se percibe. No se puede ver, solo sentir. Bahía de los Angeles tenía la atmósfera cálida y amigable de un pequeño pueblo pesquero, y caminando por la calle principal por la mañana, bajo los rayos del sol, viendo caras amistosas por todos lados, me aseguró de esto. La hospitalidad del personal preparándonos el desayuno en el restaurante de mariscos al que nos invitaron fue excepcional.

Esa mañana, nos encontramos con nuestro amigo y chofer que nos llevó a la taquería la noche anterior. Desayunamos en su restaurante y conocimos a su esposa, quien era igual de amigable. Aunque era un restaurante de mariscos, opté por comer los mejores chilaquiles que jamás había probado (lo siento, mamá) acompañados por sabrosos frijoles y queso. Sencillo, pero delicioso. Sin prisa, comimos y decidimos quedarnos un día más de Bahia de los Angeles. Poco después intentaríamos convencer a José, el velador del hotel, que incluyera otra ronda de cervezas por la segunda noche que nos quedaríamos. Con la misma sonrisa genuina que tenía cuando lo conocimos, dijo que aquella había sido una oferta que había logrado para la primer noche, y no podía hacerlo de nuevo. De haber insistido, quizá hubiésemos logrado convencerlo, pero no estaba listo para desalojar el cuarto de hotel y montar las alforjas en la motocicleta solo por una ronda de cervezas; José sabía esto.

Después del desayuno, empacamos únicamente lo necesario para pescar y conducimos 25 minutos al norte, sobre un camino de tierra que parecía tabla para lavar, hacia playa La Gringa. Este camino puso a prueba la suspensión de la motocicleta, era horrible. Después de ese mal terreno, llegamos a La Gringa, marcada por rocas pintadas de blanco deletreando el nombre en el costado de una colina. No había un camino evidente, ni siquiera uno de tierra, tan solo era la playa rocosa, con aguas calmadas y escasos barcos pesqueros por ahí. Continuamos al norte, buscando un sitio ideal para entrar a pescar con lanza.

Encontramos un rincón dentro de la bahía que ofrecía fácil acceso al agua. Tenía mínima experiencia pescando con lanza, y requerí de Tom y Dominic como guías. Tan solo acostumbrarse a utilizar el snorkel para respirar bajo el agua fue un reto, sin mencionar maniobrar la lanza, sumergirse, mantenerse bajo el agua, atraer un pez, y atraparlo correctamente. La visibilidad bajo el agua era excelente. Observé distintos peces, diminutos y medianos, rayados con colores vibrantes o simples para mezclarse con el entorno, los miré en escuelas y otros solitarios. Era una bella vista que disfrutaría por las siguientes horas.

Cuando me sentí más cómodo, nade más lejos, a donde estaban Tom y Dominic, quienes ya tenían varios pescados en sus bolsos. Seguí a Tom, mientras el describía y demostraba el proceso de pescar con lanza. Nadamos por unos minutos, después señaló un pez cochito, indicando que intentaría pescarlo. Tom respiro profundamente y se sumergió, nadando al fondo sigilosamente, asegurándose a una roca en el fondo para no flotar de vuelta a la superficie. Esperó y lentamente se posicionó con su lanza, hasta que el cochito estaba al alcance. Miré desde la superficie como Tom dejó ir la lanza e instantáneamente atravesó al pez.

Conforme Tom y Dominic seguían atrapando la cena, yo salí del agua hacia la playa rocosa. No me sentía bien. Estaba exhausto. Llevábamos varias horas dentro del mar, pero me sentía más cansado que eso. Me recosté sobre las rocas para tomar una siesta y 20 minutos después desperté al sonoro de gaviotas peleando una con otra por las vísceras de los pescados que Tom y Dominic evisceraban en la playa. Más allá del cansancio, ahora también tenía nauseas. Camine hacia las motocicletas y no podía tolerar más las náuseas; aquellos “mejores chilaquiles que jamás había probado” ahora estaban en el suelo, parcialmente digeridos, y seguro serian comida de gaviota.

Con el sol ya en el horizonte y pescados eviscerados en bolsas de plástico, nos dirigimos de vuelta, pasando por el camino de tabla para lavar, rumbo al hotel, donde José, el velador, prepararía el pescado en ceviche, mientras nos alistábamos para la cena. Con una ronda de cervezas (no cortesía del hotel), comenzamos a comer la pesca del día, pero aun no podía introducir nada a mi estómago sin ganas de regresarlo como lo hice con el desayuno. Era una lástima, Dominic aseguró que era un buen ceviche de cochito. Desesperanzado, regale mi segunda cerveza y regrese al cuarto para dormir, descansar y esperar que el día siguiente fuera mejor.

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